Sobre la frente marchita
suelen posarse palomas de luz;
se enamoran del nido
y cantan todas las lunas.
Emigran las peregrinas
porque les duele compartir espacio
con las aves de sombra
que le disputan el palomar.
Se nubla el efímero refugio,
como la razón,
se acalla el cantar
y se estremece el árbol del cuerpo
de puro dolor.
El nido roto y desalojado
guarda la ternura intacta
en la tibieza del pecho
adonde han de volver
las alas adultas
y sobre la frente
volverán a cantar.
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