Lo que resta de mi tiempo, yo me lo quedo;
me lo bebo a sorbos lentos;
voy a degustarlo a plenitud y sin pretextos.
Cien años me desgastaron por dentro,
platearon mis sienes y mutilaron
mis anhelos más auténticos
con vil ensañamiento.
Por eso ahora mi ego pongo a cubierto
y voy a lustrar con fuego
el oro oculto que me quema el cuerpo.
Me convertí en pigmeo de los sentimientos;
cerré mis ojos ante todo lo bello;
hundí mi rostro entre los recuerdos
y desgarré con lágrimas la almohada de mis sueños.
La vorágine del desamor hizo nidos
en cada poro de mi surtidor;
Los laberintos torcidos del engaño alevoso
abrieron heridas en lo profundo de mi corazón.
Descendí a la zona franca de mi desatino
y ante la magnificencia de la creación
llenaba mis ojos con la grandeza de Dios.
Me sentí grano de arena de frente al mar
sin ver el horizonte;
muñeca rota detrás de una ventana
esperando la caricia del viento;
sobre los hombros pequeños, el cielo,
náufrago de la naturaleza buscando
el límite del universo;
incomprendiendo lo irreversible
que es el tiempo
y la maquinaria perfecta y diabólica,
que suele ser el cerebro;
achicada, desmembrada ante la inmensidad
de los propios sentimientos;
acariciando la majestuosidad del Sol
que calentará hasta después de muerto;
éxtasis desenfrenado de lo bello y
pensando en Dios: el desconcierto.
¿Y el ego ? Escondido, casi muerto,
tímido por el renuedo.
Y me consolaba con plañideros conformismos
de la humildad y el respeto.
Entonces... una luz de allá dentro,
arcoiris cegadores... aire;
y se te ensancha el pecho;
los mares no son infinitos,
navegando sobre ellos se hacen caminos;
el viento tiene sentido y si tú quieres,
en sus direcciones sopla el olvido
el cielo sin límites puede surcarse
y no es desconocido;
la vida comienza y termina : se asume el reto.
Hay otros mundos más allá del nuestro,
el tiempo sin reverso lo estrujas, juegas con él
y le arrancas sus secretos;
ya no piensas que es corta la vida,
amas, construyes, destruyes ...
y el espíritu te salva de morir en el olvido.
Inhalas la luz del universo
y te recorre los pulmones de la tierra
que tierra eres, sin remedio.
Miserias desangradas al estoicismo sin vanidad;
y la fe; y cobijar al mundo sin límites entre el
calor de los dedos y alentarlo con el fuego del corazón y la sabiduría que te brinda el sortilegio del desamor; ese, el que me desangró el cuello y sin darme cuenta, la sangre por el llanto se me escapó;
y la confianza en ensueño se transformó. Palidez cadavérica del desangrado... ¡ Y sigo amando al matador !
El cristal de las pupilas se ha ensombrecido;
pero desde las tinieblas tomo venganza
y me apropio de mi tiempo,
y me lo llevo,
y me lo quedo,
sin pretextos.
Así pagará con creces lo que de mí se llevó
y cualquier tiempo nuevo
me devolverá con luces
la soberanía de mi recobrado amor.
Este es mi tiempo;
me lo quedo,
me lo llevo,
y me lo bebo completo.
¡ Salud, que se salve el desamor !
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