No digas a
tus nietos
que las manchas de la Luna
son niños
hechizados
convertidos en conejos.
Cuéntales
cómo tú y yo
eliminamos menguantes,
eternizamos crecientes
e inventamos
eclipses rojos
para que las mareas cubrieran
nuestros cuerpos.
Confiesa
cómo dibujamos corazones
en las copas de los pinos
y las
nubes pintadas cubrieron su pudor.
No te culpo,
es larga la distancia y lejano el tiempo.
Acepta que
tu sombra y la mía
son los
amantes celestes
aunque el banco del parque
siga oliendo
a nuestros nombres
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